Hace muchos años que me explicaron, aunque ahora la obsesión por elaborar rankings a veces se desmienta, que Madrid es la ciudad más verde de Europa después de Kiev. Sin ánimo de ser exhaustiva y confesando que algunos no los conozco, antes de hablaros de la Quinta de los Molinos, el parque al que dedico este post, os enumero algunos de los espacios verdes con los que cuenta Madrid: Casa de Campo, Montes de El Pardo, parque Juan Carlos I, parque del Oeste, parque de El Retiro, Quinta de la Fuente del Berro, parque de El Capricho, parque Lineal del Manzanares, parque de Tierno Galván, parque de Pradolongo, Cuña verde de O’Donnell, parque de Juan Pablo II (En el Pinar de Barajas) y alguno más que no me sé. Si a esto añadimos los parques más pequeños como los jardines de Las Vistillas, los de Sabatini, o el Real Jardín Botánico, el parque de la Bombilla y el de Berlín, entre otros, más numerosos invernaderos y jardines secretos, creo que no hay muchas ciudades que puedan superarnos.
He pasado el puente del 1 de Mayo en Madrid y, como había mucha menos gente de lo habitual, ayer fui con mi amiga Susana a conocer uno de estos parques: la Quinta de los Molinos.
La Quinta de los Molinos debe su nombre a dos molinos traídos de Estados Unidos en 1920 para extraer agua de regadío. Perteneció al Duque de Torre Arias quién, en 1920, se lo regaló a César Cort Botí, arquitecto, profesor de la Escuela de Arquitectura y concejal del Ayuntamiento de Madrid. A su muerte quedó casi abandonado, hasta que en 1980 se cedió al Ayuntamiento y este destinó casi 30 hectáreas a parque público- el resto lo dedicó a uso residencial-. Los edificios de alrededor tienen unas vistas magníficas sobre el parque. Parece ser que pronto se abrirá, junto a este parque, Torre Arias, una finca privada adquirida por el ayuntamiento de Madrid a su dueña recientemente fallecida.
El parque, de estilo Mediterráneo, está completamente vallado y al mismo se accede por cinco puertas. Está dividido en dos zonas diferenciadas: la norte de estilo romántico paisajista y la sur de carácter agrícola. Lleno de unos árboles preciosos, algunos altísimos, la mayoría son los mismos que pueden encontrarse mi tierra: pinos, eucaliptos, olivos y almendros. Tengo que volver, en febrero o marzo, para ver florecer a estos últimos, que ofrecen un espectáculo similar a cuando florecen los de Murcia y en el Valle del Jerte.
Además de ser una visita muy interesante, es un plan estupendo si estás en “operación bikini”. Nosotros paseamos durante una hora y media y luego hicimos picnic de ensalada y fruta, al solecito y con una temperatura estupenda.
Situado al final de la calle de Alcalá, hay varias maneras de acceder dependiendo desde dónde vengas. A mi me parece que una de las maneras más fáciles es por la A2 hasta la calle 25 de septiembre y ahí girar a la calle de Alcalá. A unos metros está una de las entradas ( aunque no está señalizado).
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